Dejo a los
sindicatos
del cobre,
del carbón y del salitre
mi casa
junto al mar de Isla Negra.
Quiero que
allí reposen los maltratados hijos
de mi
patria, saqueada por hachas y traidores,
desbaratada
en su sagrada sangre,
consumida en
volcánicos harapos.
Quiero que
al limpio amor que recorriera
mi dominio,
descansen los cansados,
se sienten a
mi mesa los oscuros,
duerman
sobre mi cama los heridos.
Hermano,
ésta es mi casa, entra en el mundo
de flor
marina y piedra constelada
que levanté
luchando en mi pobreza.
Aquí nació
el sonido en mi ventana
como en una
creciente caracola
y luego
estableció sus latitudes
en mi
desordenada geología.
Tú vienes de abrasados corredores,
de túneles mordidos por el odio,
por el salto sulfúrico del viento:
aquí tienes la paz que te destino,
agua y espacio de mi oceanía.
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