Las peonías florecen, blancas y rosadas.
Y dentro de cada una, como en un tazón fragante,
un enjambre de diminutos escarabajos entablan una
conversación,
porque la flor les es concedida como hogar.
Mamá, junto a un cantero de peonías,
se estira para alcanzar una en flor, le abre los pétalos
y mira durante un largo tiempo las tierras de peonía,
donde un breve instante equivale a un año entero.
Luego deja a la flor irse. Y lo que piensa
lo repite en voz alta a los niños y a sí misma.
El viento mece suavemente las hojas verdes
y motas de luz dan golpecitos sobre sus rostros.
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