lunes, 3 de julio de 2017

el barrio de mi infancia


  No son las criaturas quienes mueren
Es al revés 
las cosas sencillamente mueren.
Las criaturas no mueren 
porque a sí mismas se hacen.
Y aquel que nace de sí mismo 
se condena  a ser eterno.
Sale un polvo de las tumbas 
que sofoca  mi  pasado 
cada vez que visito mi antiguo barrio.
La casa murió 
en el lugar donde nací: 
mi infancia 
ya no tiene lugar para dormir.
Pero sucede que, 
desde cualquier patio, 
llega a mí la risa salvaje 
de los niños jugando.
Se ríen y explican 
las mismas locuras 
que ya fueron  soberanas 
de  castillos y quimeras.
Una vez más me tocó la pared fría 
y siento en mí el pulso 
de quien  vive para siempre.
La muerte 
es el abrazo imposible de agua.




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